Además de los juegos de rol y de cartas, antes de la Explosión de Juegos de Mesa de Principios del Siglo XXI (EXJUPRIN), el gran pasatiempo donde dejarse los dineros en los 90 era en figuritas de plomo o "Little Men That Fight", como los llama (peyorativamente) mi mujer, aunque yo prefiero el mucho más viril término "Toy Soldiers".
Y decir "miniaturas" es decir "Games Workshop" o, más específicamente, BARÁMERS.
Revolviendo entre mis trastos viejos apareció este panfleto publicitario en el que se promocionaban los juegos de miniaturas de Games Workshop.
En aquellos tiempos, las batallas se libraban todas sobre césped como si fueran partidos de fútbol y los juegos eran coloridos e incluso graciosos antes de que todo se tuviera que volver grimdark caga-murciélagos.
La White Dwarf de la época distaba bastante del catálogo de cincuenta páginas de ahora (en serio, me compré una y no me la llegué a terminar por pura pereza): animaba a probar otros juegos (¡en serio!), a trocear las miniaturas para hacer tus propias conversiones, explicaba cómo hacer escenografía por cuatro perras y diversos cantamañanas que tenían pinta de vivir con sus padres llenaban páginas y páginas con artículos sobre trasfondo, tácticas y filosofía de baratillo sobre la actitud de los jugadores.
En los 90, el Warhammer 40000 todavía no era la bestia maloliente que es hoy en día, sino el hermanito tonto del Warhammer: Batallas Fantásticas, del que solo era una versión futurista con pistolas láser. Esto daría un giro con la llegada de la tercera edición donde quitaron todos esos colorines y lo volvieron muy, muy negro.
El panfleto incluye un cupón de pedido del servicio de venta por correo, que en aquella época me parecía una marcianada. Yo era de ir a las limitadas tiendas a las que tenía acceso y tirar de lo que hubiera, que no era mucho.
Ay, qué tiempos.
Recuerdo mis años jóvenes cuando descubrí la white dwarf en un kiosko de Palma de Mallorca y me llamó mucho la atención. Me la compré y lo siguiente en caer fue el warhammer. Entre las constantes idas y venidas a la tienda en busca de miniaturas o pinturas (Kenia hobby models), me hice rolero al quedar fascinado por las portadas de la segunda edición de D&D. El resto es historia!
ResponderEliminarYo de la White Dwarf antigua me leía hasta el precio y las atesoraba porque costaba Dios y ayuda encontrarla cada tres meses. Luego la hicieron mensual y era otra cosa. Siempre he envidiado la británica, que era mensual desde el principio y tuvo cientos de números extra.
EliminarNo eran bimensuales?
ResponderEliminarMe provoca una nostalgia infinita ver esas páginas de 'Eavy Metal con todas esas minis abotargadas, planas y tan llenas de color como de encanto.
Y sí, coincido contigo, lo del servicio por correo se antojaba extremadamente farragoso xD
Sí que es verdad que aquellas miniaturas eran todas con los brazos extendidos y los pies separados en sus variantes "mirando palante" y "mirando de lao" XDDDD
EliminarYo tengo el reglamento de esa edición. Por qué dices lo de la bestia maloliente del warhammer 40.000 de ahora? Es una mala edición? La verdad es que no tengo mucha idea de cómo es la actual. Un saludo?
ResponderEliminarEn aquella época,GW eran un puñado de frikis pasándoselo en grande con su hobby y se notaba: se inventaban reglas, hacían conversiones y, aunque vendían juegos, tampoco hacían un esfuerzo particularmente grande. Eso cambió a partir de cierta edición (¿cuarta? ¿Quinta?) cuando salieron a bolsa y entonces ya era todo hacer dinero: juego competitivo, torneos,, equilibrio de reglas... W40K se había convertido en el hijo predilecto y los demás se dejaron de lado por poco rentables. Ahora, cada dibujo de un libro tiene equivalente en miniaturas y todo está regulado. Las miniaturas son más guays, cierto, pero ya no tienen alma. De aquellos ejércitos de 20 miniaturas y proxies ahora se ha pasado a un mínimo de 50 y hasta te dan puntos de juego si están pintadas.... W40k se convirtió en una mala bestia...
EliminarAún conservo aquellos panfletos en algunas cajas de la época. Creo que la nostalgia de volver a tiempos pasados, casi siempre recordándolos mejores, me impidieron lanzarlos al contenedor.
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